Grecia, islas griegas y Sofía en Bulgaria 1988

 

En aeropuerto Adolfo Suárez

Acompañado por el grupo de medicina de la Universidad Complutense, el 18 de marzo de 1988 partimos de Madrid. A las 16:30 tomamos un vuelo en el Aeropuerto Adolfo Suárez y aterrizamos en Sofía alrededor de las 20:00, donde realizamos una escala de aproximadamente una hora. Posteriormente, abordamos otro avión con destino a Atenas, llegando cerca de las 22:30. Una vez en tierra griega, un autobús nos trasladó a Glyfada, donde se encontraba nuestro hotel SEA VIEW, enclavado en una zona turística que ofrece un ambiente notablemente más apacible que el de la bulliciosa Atenas.

Nota de este viaje: "Debido a la normativa de protección de datos y al deseo de algunas personas de mantenerse en el anonimato, me veo obligado a desenfocar ciertos personajes para resguardar su identidad."

La primera noche transcurrió en clave de organización. Cada uno de nosotros recibió la llave de su respectiva habitación, diseñadas para albergar de tres a cuatro personas. Estos espacios, además de ser acogedores, contaban con teléfono y ducha, lo que nos brindó una sensación inmediata de comodidad.

Una de las primeras sorpresas fue el clima. Aunque habíamos esperado temperaturas cercanas a los 23 grados, la realidad nos recibió con un frío considerable que nos obligó a reajustar nuestras expectativas.

Al día siguiente ¡qué experiencia tan enriquecedora! Visitar Atenas y pasear por la Plaka es sumergirse en una mezcla única de historia y vida cotidiana. La vibra de sus callejuelas empedradas, llenas de pequeños cafés y tiendas artesanales, transporta a uno a un viaje a través del tiempo mientras se disfruta del presente. Disfrutar de la mousaka, ese plato emblemático con capas de berenjena, carne y bechamel, es casi como degustar un pedazo de la tradición griega, cada bocado cuenta una historia de sabor y cultura.

Nuestra primera excursión nos condujo a Delfos. El día 20, un autobús nos recogió por la mañana y, al arribar, nos transportamos en el tiempo hacia la antigua Grecia. Las ruinas, testigos silentes de la vida y las costumbres de los griegos anteriores a Cristo, nos cautivaron: pudimos admirar el “diente del dragón”, cuya leyenda lo envuelve, así como el anfiteatro y el estadio. Este conjunto monumental se alza en medio de un paisaje impresionante, rodeado de árboles y montañas, impregnado de un verde intenso y una profunda sensación de serenidad. Capturamos estos momentos imborrables con una cámara Canon A1, atesorando para siempre ese pedacito de historia.

La segunda excursión nos llevó a la Acrópolis, situada en una colina en el centro de la ciudad. Este enclave histórico ofrecía un marcado contraste con los modernos edificios que la rodean, y desde lo alto, disfrutamos de una vista panorámica de Atenas que fue todo un deleite para nuestros ojos y objetivos fotográficos.

Posteriormente, explorar el Museo Arqueológico de Atenas no solo es una lección de historia, sino una experiencia que invita a reflexionar sobre la identidad y la evolución de la civilización occidental.

Ubicada frente al edificio del antiguo parlamento que hoy es ocupado por el Museo Histórico Nacional de Grecia, también conocimos la Estatua Ecuestre de Theodoros Kolokotronis que no es solo una representación artística, sino un símbolo cargado de historia y emoción, invitándonos a reflexionar sobre la lucha por la libertad y la identidad nacional.

La tercera excursión consistió en un minicrucero por tres encantadoras islas del mar Egeo: Egina, Poros e Hydra. Embarcamos en el puerto del Pireo y nuestra primera parada fue en Egina, donde disponíamos de una hora de tiempo libre para recorrer sus callejuelas y descubrir las tiendas locales. Cada una de las islas compartía un encanto singular, con sus casas blancas que evocan pintorescos pueblos de pescadores.

Durante el crucero, tuvimos la grata sorpresa de coincidir en el barco con un grupo de viajeros orientales. La embarcación, de tres pisos, albergaba en la planta baja una discoteca, en el nivel intermedio un comedor, y en la cubierta superior, junto a la popa, una cafetería. Desde allí, se podía disfrutar de la inmensidad del mar, mientras una suave brisa acariciaba el cabello y parecía disipar las ataduras de la rutina, haciendo de la experiencia algo verdaderamente inolvidable.

La comida a bordo no dejó de ser modesta, pero fue rápidamente compensada con el deleite de una orquesta y un espectáculo en el que tres griegos ejecutaron el sintaki, la tradicional danza que embelesa a toda la cultura helénica. Más tarde, como un gesto cálido hacia los españoles, la orquesta nos deleitó con música típica de España, elevando aún más el ambiente festivo.

Los días siguientes transcurrieron en una apacible exploración de Atenas. Visitamos la majestuosa Plaza Syntagma y la pintoresca zona de Plaka, donde pasear entre sus tiendas y callejuelas nos permitió descubrir, de primera mano, la idiosincrasia de un pueblo con costumbres y una cultura marcadamente distinta a la nuestra.

El 26 de marzo emprendimos el viaje de regreso a España, realizando nuevamente una escala en Sofía. Allí aprovechamos para conocer un poco la capital búlgara, constatando la frialdad de su gente, que parecía reflejar el clima propio de los países del Este. Llegamos al Aeropuerto Adolfo Suárez alrededor de las 10:00, enriquecidos por las inolvidables experiencias vividas, aunque embargados de una melancolía al percatarnos de que despertábamos de un sueño que permanecerá vivo en nuestros corazones. Con la firme intención de volver a vivir algo similar en el futuro, despedimos aquella aventura con la promesa de reencontrarnos con la magia de Grecia.

Ahora os voy a contar cómo conservo y revivo la historia de este viaje, de la misma manera en que recientemente relaté mis vivencias en new York. En todas esas aventuras me acompañaba siempre la mítica Canon A1, que me permitía inmortalizar cada recuerdo. Al regresar a España, me dedicaba a plasmar en apuntes cada experiencia y a recolectar folletos y objetos relacionados con los viajes, los cuales guardé durante años en una caja de plástico con un cierre muy seguro. Mientras relato esta historia, revivo esos momentos inolvidables que tanto me han llenado de felicidad, reafirmando lo mucho que me apasiona viajar y capturar todo lo que considero importante. Sin duda, cada viaje enriquece nuestro bagaje cultural y nos hace descubrir intereses y detalles que jamás imaginábamos.

 

¡Gracias por acompañarme en este viaje!